La banda regresó al estadio Movistar Arena con un show eléctrico y urgente. Esta noche volverán al mismo lugar para completar el ciclo de shows en Buenos Aires de su gira Bye Bye
Por SEBASTIÁN CHAVES
Nada parece casualidad en Babasónicos, tal vez la banda argentina que mejor ha dicho sin decir, o más aún, la banda que mejor ha dicho haciendo creer que estaba diciendo otra cosa. La última vez que habían tocado en Buenos Aires, habían convertido al Movistar Arena en un escenario de seducción y engaño, acaso dos caras de una misma moneda. Pero el cierre sobre los bises había dejado un reclamo al aire que con el show del viernes por la noche consumado, se resignificó como premisa: el último tema de aquel show despedida de Discutible había sido “Once”, con el grito de “Trae a casa mi rock and roll”. Seis meses después, el lugar de presentación de Trinchera fue el mismo, con otra puesta de luces, otro vestuario y, sobre todo, otro concepto.
Babasónicos hace de cada disco una idea y los shows de cada gira su extensión, su reafirmación en el plano de performance. Si antes todo se daba en tanto diálogo (casi todo era discutible aunque no todo interlocutor era válido), con Dárgelos personificando a un chamán 2.0 en busca de preguntas existenciales más que de verdades irrefutables, ahora Babasónicos parece moverse en la praxis, porque en las trincheras no hay lugar para el diálogo, se ejecuta y listo. Y entonces, en esta nueva versión, Dárgelos y el resto de los Babasónicos subieron vestidos de caudillos federales nacarados con un detalle flúo (cintos o brazaletes), como Chachos Peñalozas en un Age of Empires. Si seis meses antes pedían traer a casa al rcok and roll, la presentación de Trinchera puede verse como su propio rescatando al soldado Ryanock.
Pero en la trinchera de Babasónicos no hay urgencias. Y entonces el inicio fue con “Bye bye” y el binomio “Putita”, “Los calientes”, sus armas de seducción masiva. Dárgelos comenzó en medio del campo, en una pasarela al ras del piso mientras sus compañeros de banda le cuidaban las espaldas en un contraluz de seguidores blancos y penumbras, que de a poco iría sumando el rosa como tercer color para completar la paleta cromática del arte de tapa de Trinchera, esa Argentina lesbianizada que parece sintetizar las de Miami y A propósito. Sobre esa primera mitad, “Mimos son mimos”, con pulso de pop marcial, y “Mentira nórdica” (con Dárgelos en plan crooner y soltando su primera negativa a una propuesta ajena “Dejame que rechace tu proyecto”) fueron los otros temas del disco a presentar que se hicieron lugar en la lista. Sin mediar palabras por fuera de las canciones, como si todo lo extradiegético fuera una distracción para el mood, Babasónicos hilvanó canciones y una puesta de encierro a veces hostil y a veces solamente introspectiva.
Y entonces fue tiempo de “La pregunta”, esa performance tecno rock que ahora queda como resabio de aquello que era discutible (si antes esa pregunta era abierta, ahora exige una respuesta). A la pregunta le siguió un “Tormento” antes de ser respondida, pero cuando llegó, la respuesta fue ese rock que habían pedido traer de regreso en diciembre del año pasado. “Deléctrico” (con una puesta de luces neo psicodélica), “Su ciervo”, “Pendejo” (con llamas a los Kiss en el escenario y un puente guitarrero a lo Pescado Rabioso), “Cretino”, “Así se habla”, “Desfachatados”, “Irresponsables” (acá en forma de bolero electrocutado) y “Sin mi diablo”. Una seguidilla a puro voltaje. El rock como argumento y también como causa, como prueba de vida. Si la trinchera es lugar de las convicciones y también donde creer en algo (“En las trincheras no hay ateos” es el dicho), para Babasónicos ese lugar parece ser el rock, un rock a la manera de Babasónicos: eléctrico, eléctronico y electrificado.
“Carismático” y “Yegua” con “La izquierda de la noche” interrumpiendo el tríptico de Anoche cerraron el show antes de los bises repitiendo el recurso de la seducción masiva del inicio. Pero si la circularidad iba a tomar forma, lo haría de manera explícita cuando “Bye Bye”, el primer tema del show, se convirtió también en el último. Dos horas después y como recordatorio de la circularidad del asunto, más espacial que temporal. La trinchera como lugar cerrado, como espacio delimitado en el que se sobrevive y se lucha por una victoria, y la resultante es el extraño equilibrio entre ambos extremos. Todo lo que queda en el medio, no es otra cosa que contarse a sí mismo, aunque eso pueda ser una mentira, nórdica y de las otras también.